Imágenes de la bella capital italiana hechas por mí en un reciente viaje el pasado mes de Febrero
Via de la Consolazione
Piazza Navona
Panteón de Agripa
Fontana de Trevi
Palacio de los Medici
Plaza de la República
Porta Pia
Piazza di Spagna
El Coliseo
Arco de Tito
Arco de Tito
Arco de Constantino
Rincones de arte y gastronomía para segundas y terceras visitas a la capital italiana
Decía Gogol que uno se enamora de Roma lentamente, pero para siempre, con un amor eterno como su propio sobrenombre sugiere. Ninguna ciudad ha sido tan importante para tanta gente durante tanto tiempo. Sus calles son un museo viviente en el que se refleja una larga historia hecha de superposiciones de lo clásico, lo medieval y lo moderno.
Pocos lugares encarnan mejor el rico pasado romano que el castillo de Sant’Angelo. Desde su azotea, que en invierno recibe intensamente el frío y el viento, todavía se observa el diseño original del siglo I: una gran plataforma cuadrada sobre la que se levantaba una estructura cilíndrica coronada por un templo con una cuádriga de bronce. Su construcción había sido ordenada por el emperador Adriano con vistas a convertirlo en su mausoleo, pero pronto pasó a tener un uso militar dada su situación junto al río Tíber. El nombre actual no se fijó hasta el año 590, cuando el papa Gregorio I dijo que había visto al arcángel San Miguel sobre la cima del castillo envainando su espada, lo que significaba que la devastadora epidemia de peste tocaba a su fin. En conmemoración de aquella visión se colocó en lo más alto una estatua de mármol del ángel, que fue substituida por la actual de bronce en 1753 y que está basada en un dibujo de Bernini.
Al salir del castillo, especialmente en invierno, cruzar el Tíber por el puente de Sant’Angelo tiene algo de mágico. Sus cinco arcos salvan el río con elegancia clásica y, mientras se pasea entre las estatuas del taller de Bernini que decoran la pasarela, se puede volver la vista atrás y contemplar una de las mejores perspectivas del castillo. Entre tanta belleza difícilmente puede creerse que este mismo puente fuera un patíbulo durante siglos. La Santa Sede ejecutaba aquí a los condenados a muerte y después exponía sus cabezas al escarnio público. Dicen los romanos que el fantasma de Beatrice Cenci, decapitada el 11 de septiembre de 1599, regresa al puente cada víspera del día de su muerte.
Un paseo por la adoquinada Via Dei Coronari, llena de pequeñas tiendas encantadoras, sobre todo de antigüedades, nos lleva a la Piazza di Tor Sanguigna. Está dominada por una de las pocas torres medievales que quedan en pie y que hoy puede pasar desapercibida, pues se halla adjunta a los edificios en el extremo norte de la plaza. Frente a la torre y parcialmente bajo el nivel del suelo, vemos uno de los arcos del antiguo estadio de Domiciano, del año 85.
La arena de aquel estadio es ahora una de las plazas más monumentales de Roma: la Piazza Navona. En el siglo XVI se adornó con las fuentes escultóricas del Moro y de Neptuno, cuya belleza quedó eclipsada en 1651 con la fuente de los Cuatro Ríos, de Bernini. Delante mismo, el Caffè Domiziano tienta con su deliciosa carta de desayunos. Si se desean contemplar más vestigios del Imperio habrá que dirigirse hacia los Foros y así detenerse en la plaza del Campidoglio a visitar la iglesia de Santa Maria in Aracoeli y descubrir una insula de pisos del siglo II.
Si, en cambio, preferimos seguir el paseo por la Corsia Agonale y el Corso del Rinascimento, llegaremos a la discreta Fontana dei Libri, en la Via degli Staderari. Esta fuente con libros esculpidos constituye un homenaje a la Universidad della Sapienza y suele pasar desapercibida la primera vez que se visita Roma. Las curiosidades no acaban ahí: en la cercana Piazza di Sant’Eustachio, la iglesia de fachada clásica está culminada por una extraña cabeza de ciervo que sostiene una cruz entre las astas. En un costado de la plaza, el tradicional Caffé Sant’Eustacchio permite tomar un café como un auténtico romano: de pie y junto a la barra.
Casi a la vuelta de la esquina aparece la cúpula del Panteón. Por muchas veces que se visite Roma, entrar en este templo circular –primero pagano (siglo II) y luego cristiano (siglo VI)– es una de las experiencias arquitectónicas más sobrecogedoras de la capital. El oculus de la cúpula, la única abertura del edificio, ilumina y airea el amplio interior con una elegancia y armonía difíciles de igualar.
Un breve paseo a través de la Via di Piè di Marmo nos servirá para probar y comprar el delicioso chocolate de Moriondo e Gariglio, antiguos proveedores de la casa Real de Saboya. La misma calle conduce a la iglesia de Sant’Ignazio di Loyola, que alberga otra singularidad poco conocida: su «cúpula» está, en realidad, pintada sobre un techo plano; los fondos para erigirla se agotaron durante la construcción de la iglesia y los arquitectos dieron con esta solución artística, creando una cúpula totalmente virtual.
Fondos no faltaban a los Colonna, una de las grandes familias romanas durante la Edad Media y el Renacimiento. Su suntuoso palacio aloja una de las mejores colecciones de arte privadas de Roma. Abierta al público los sábados por la mañana, vale la pena acercarse a verla, aunque sea solo por recorrer las majestuosas salas del palacio Colonna. Muy cerca está la Galería Sciarra, que originalmente fue el patio del palacio Sciarra y hoy es un pasaje peatonal decorado con frescos de finales del siglo XIX que fueron pintados por Giuseppe Cellini. Los motivos de las pinturas hacen referencia a la revista artístico-literaria Cronaca Bizantina, que tenía sus oficinas allí.
No habrá que andar demasiado para lanzar una moneda en la famosa Fontana di Trevi, ahora en plena restauración. Esta especie de ritual romano es un alegre preámbulo antes de sumergirnos en la cripta de la iglesia de Santa Maria della Concezione dei Cappuccini, en la Via Veneto. Sus seis salas tienen los huesos de miles de frailes capuchinos clavados en las paredes formando intrincados diseños, apilados en montones o incluso utilizados como lámparas.
Al emerger de nuevo a la calle, nada mejor que celebrar la vida en la Piazza di Spagna, que toma su nombre de la antigua embajada española ante la Santa Sede, y descansar un momento en el Antico Café Greco, en la adyacente via Condotti. Este café, fundado en 1760, presume de ser el más antiguo de Roma y de haber acogido en sus mesas a Stendhal, Goethe y Byron. Sus paredes, repletas de obras de arte, y su atmósfera tranquila son un respiro a la siempre bulliciosa plaza.
Cruzando la escalinata de la plaza, más allá de la Fontana della Barcaccia, llegamos a otro rincón fuera de los circuitos habituales. Se trata de la casa en que vivió (y murió) el poeta inglés John Keats, y que ahora es un museo en su honor y en el del también poeta Percy Bysshe Shelley. Muy cerca de las multitudes pero poco visitada, esta casa abre una ventana a cómo era la vida de aquellos escritores ingleses en la Roma del siglo XIX, en un momento en que la visita a la capital italiana era la culminación y meta del llamado «Grand Tour», el viaje por Europa que todo joven debía emprender para culminar su formación. Entonces, al igual que hoy, Roma sigue enamorando, por muchas veces que se visite.
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